El Pitufo

 

 
El pitufo se siente bien dentro de su pellejo, su impoluto uniforme le sienta de maravilla (o al menos eso cree él), impone la ley a todo aquel que se aparte del redil y siente por ello que su labor es imprescindible para el "correcto" funcionamiento del sistema al que debe su miserable vida. El pitufo una vez fue joven, incluso llegó a sonreir en alguna ocasión, pero los años han hecho mella en su frágil mente, ahora su rostro se muestra impasible, sin ningún atisbo de sentimientos humanos, eso es una debilidad de juventud, no necesita esos sobrevalorados sentimientos que según su abyecta mentalidad podrían impedirle llevar a cabo sus atentados contra personas indefensas y que sí albergan humanidad en sus corazones, en lugar de desprecio y odio indiscriminado.

El pitufo piensa que su "trabajo" no está debidamente valorado y mucho menos retribuido, siente que es despreciado por sus vecinos, sus mejores amigos terminan siendo sus iguales, sus compañeros de pituferías, la única opción que suele tener para regocijarse en su ignorancia es hacerlo con los de su misma ralea, de esta manera el pitufo sólo se relaciona íntimamente con otros pitufos, reafirmándose así en sus ideas de tarado mental desahuciado clínicamente. Quizás alguna vez, antes de entrar en el gremio, fue una persona respetuosa y decente, pero el duro adoctrinamiento termina creando un robot más, cuya única finalidad en la vida es obedecer al superior y conseguir un ascenso rápidamente a base de pitufar al personal.

El pitufo se siente superior, él está por encima de la media, a él se le  debe respeto por la cara, "porque lo digo yo", como suelen argumentar tras larga  meditación. Hay que respetarlo por cojones, por que el estado que lo ha amaestrado  para que defienda sus intereses así lo ordena y así lo escribe en sus leyes, también  creadas exclusivamente para defender los intereses de los que mandan e imponen.  Tales sabandijas te miran por encima del hombro, y dicen "fuera de aquí, estamos limpiando", cuando la única basura presente llegó al sitio en furgonetas azules. Por el simple hecho de tener el pelo largo, rastas, barba o algún piercing, te llaman guarro, pero seguro que esos "guarros" se lavan más que ellos. Debes guardarles el máximo respeto, como si estuvieras en el ejército pero sin estarlo, ese respeto no es algo que se lo hayan ganado, porque según me han enseñado desde pequeñito el respeto hay que ganárselo, no se regala. Si este respeto debido está además impuesto por la violencia o la coacción en forma de multas, nunca será un respeto real, será simplemente una pose hasta que pase la tormenta, pero nunca respeto, más bien odio contenido.

El pitufo termina casándose, como todos los "hombres de bien", su reseca esposa farda de maridito en la frutería mientras las otras clientas la miran pensando "nimalica". Le pone eso de los uniformes, y si incluye placa se corre casi al instante, lo malo es que su maridito es impotente y por eso desahoga su frustración golpeando a personas honradas e indefensas, sin casi posibilidad de defenderse. Lo peor es que algunas veces parte de esa furia es descargada en sus flácidas carnes, pero no le importa, "un hombre de verdad siempre es un poco violento", se dirá a sí misma, puede que incluso aprendiera esa lección gracias a las "caricias" que le propinaba su papá a su madre. Su héroe de uniforme, ese pitufo que parecía tan apuesto y simpático, se convierte con los años en su peor pesadilla Si se le ocurre escapar, el pitufo siempre tiene bien aceitada y preparada su herramienta de trabajo, un pitufo demente nunca perdona una afrenta así a su honor, -aunque este despojo humano no tenga absolutamente ni un gramo de honorabilidad- esgrimirá su argumento más contundente para limpiar eso que entre pitufos llaman "el honor".

El pitufo, como todo "hombre de bien", tuvo un vástago al poco de casarse, rezó inútilmente durante noches enteras para que ese embrión que comenzaba a crecer en el vientre de su reseca mujercita se convirtiese en un pitufito con el que poder jugar al fútbol, enseñarle a disparar y sobre todo, a despreciar al diferente; <<gordos, homosexuales, negros, árabes, gitanos, retrasados mentales, gentes que leen libros, mujeres que piensan, ateos, melenudos o rojos, todo ellos están por debajo de ti hijito, por eso  tú eres mejor y debes demostrarlo despreciándolos>>. Al final, hubiese rezado o no,  nació un hermoso pitufín varón, nadie podría explicarle que nada tuvo que ver en ello ningún santo, dios había escuchado sus plegarias bendeciéndole con un hijo varón perfectamente sano y formado, por lo visto su obtusa mente no puede ver la labor de la naturaleza o la de los médicos, es varón y sano porque dios siempre premia a los mejores, como a sí mismo se cree. Moldeará la inocente mente de su desafortunado hijito hasta llegar a deformarla irremisiblemente, pensando siempre que hace lo correcto y lo más sabio, claro que sí, lo más sabiamente que su tara mental le permite.

El pequeño pitufín se convierte con los años en un alto y apuesto pitufo, siguiendo la tradición familiar se pasea en su coche azul vacilando por las calles de tu ciudad, gracias a tus impuestos, que como su propio nombre indica no es algo que se haga voluntariamente. En sus ratos libres se junta con otros pitufos de su misma edad y calaña, tiene un hobby perfecto para deshaogar sus frustración de infrahumano, sacia su sadismo golpeando a inmigrantes, homosexuales o a todo aquel que tenga la desgracia de cruzarse en su camino cuando va de caza. Pero un día una de sus víctimas, viendo peligrar su vida, se defendió y acabó con la suya momentos antes de ser asesinado a golpes por sus compañeros de pituferías. El pitufo papá recibió una fría llamada del Hospital, su pitufín había muerto, gracias a sus enseñanzas, gracias a años de doctrinas enfermas, gracias a él había muerto lo único que alguna vez le hizo humano, entonces, sólo entonces, se dio cuenta de la verdad que encerraba el viejo dicho producto de la sabiduría popular, "la violencia sólo engendra violencia", pero ya era demasiado tarde, demasiado tarde para recuperar a su pitufín y demasiado tarde para recuperar su alma vendida al diablo por cien mil al mes.

La Moraleja de todo esto es una opulenta urbanización donde viven los amos de los pitufos, ellos los manejan a su antojo, permanecen seguros en sus lujosas casas y paseándose en grandes coches, viven tranquilamente y opulentamente gracias a sus pitufos y sus hijos estudian en universidades del extranjero, aparecen como personas honorables, respetables y fiables, mientras que sus pitufos hacen el trabajo sucio, todo por nuestra seguridad y bienestar, todo por la puta democracia.
 

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