El negocio de las multinacionales farmacéuticas con el sexo

 
 
En el año 1998, la empresa Pfizer, la principal compañía farmacéutica de EEUU, comercializó un medicamento conocido con el nombre de “Viagra” para el tratamiento de la disfunción sexual masculina (concebida como disminución o desaparición de la capacidad de erección). Tres años más tarde, a 17 millones de hombres del mundo entero se les había sido recetado dicho medicamento y su volumen de ventas en un solo año (2001) superaba los mil quinientos millones de dólares. Con este nuevo producto, Pfizer había superado largamente los criterios de definición de un “blockbuster”, que es el nombre con que se conoce en el argot de las farmacéuticas un medicamento con un volumen de ventas anual superior a los mil millones de dólares (o de euros). Los directivos de Pfizer se preguntaron: “¿Y si fuera posible conseguir un éxito semejante con un producto similar dedicado a las mujeres?”. El problema era que si bien existía un criterio aparentemente claro para hablar de “disfunción” en el caso de la sexualidad masculina (las dificultades en la erección), en el caso de las mujeres esto era mucho más difícil de definir y, sobre todo, de cuantificar o evaluar objetivamente.
 
 
En el año 1997 –pocos meses antes de que Viagra apareciera en el mercado ya había tenido lugar en Cape Cod (Nueva York) el primer encuentro de especialistas médicos para determinar el perfil clínico de la “disfunción sexual femenina”. La iniciativa, organización y financiación del encuentro corrieron a cargo de 9 compañías farmacéuticas muy preocupadas por el hecho de que no existiera una definición de este trastorno compatible con un potencial tratamiento farmacológico.
 

 
Los promotores de tal encuentro eligieron entre sus colaboradores directos las personas que debían asistir al mismo. El objetivo de la reunión era diseñar la estrategia adecuada para crear una nueva patología en función de los intereses económicos de la industria farmacéutica. Un año y medio más tarde, en octubre de 1998, se celebró en Boston la primera conferencia internacional para la elaboración de un consenso clínico sobre la disfunción sexual femenina. 8 compañías farmacéuticas financiaron esta conferencia y 18 de los 19 autores de la nueva definición “consensuada internacionalmente” admitieron tener intereses económicos directos con estas u otras compañías. Un año más tarde, en 1999, apareció un artículo en la revista JAMA titulado “Disfunción sexual en EEUU: prevalencia y variables predictivas”, en el que se afirmaba, supuestamente con objetividad científica, que un 43% de la población femenina de EEUU sufría la “nueva enfermedad” definida según los intereses de la industria farmacéutica.
 

Los pasos seguidos para identificar a la“población enferma” fueron los siguientes:
 
1) se elaboró una lista de 7 “problemas” considerados cada uno de ellos de suficiente peso como para justificar el diagnóstico de la nueva enfermedad si una mujer los había presentado durante dos meses o más en el último año.
 
2) se pasó el cuestionario a una muestra de 1.500 mujeres.
 
3) se evaluaron los resultados de forma que responder “Sí” a uno solo de los ítems se consideró criterio suficiente para identificar la enfermedad. Uno de los 7 ítems era la ausencia de deseo sexual. Es decir, que las mujeres que respondieron que no habían tenido deseo sexual durante dos meses o más en el último año, automáticamente –independientemente de si estaban de luto por la muerte de un ser querido, preocupadas por falta o por exceso de trabajo, atrapadas en una relación insatisfactoria o gozando de una etapa de plenitud interior–, quedaron etiquetadas de “disfuncionales” y pasaron a engrosar el porcentaje de candidatas potenciales para el tratamiento que la industria farmacéutica confiaba poder desarrollar en breve. Dos de los tres autores del citado artículo tenían vínculos económicos con laboratorios farmacéuticos.
 
El mismo año, en octubre de 1999, tuvo lugar un tercer encuentro sobre el tema, organizado por la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston, pero promovido y financiado por 16 compañías farmacéuticas. El 50% de los asistentes admitieron tener intereses en la industria farmacéutica. Del encuentro surgió el Fórum para la Función Sexual Femenina, que celebró dos conferencias más en los años 2000 y 2001 en Boston gracias a la financiación de 20 compañías farmacéuticas, lideradas por Pfizer.

En el año 2003, esta manipulación de los criterios médicos en función de los intereses comerciales fue denunciada por Ray Moynihan en una de las revistas médicas de mayor prestigio, el British Medical Journal. Los editores de la revista recibieron en 6 semanas un total de 70 respuestas y comentarios con relación al artículo de Moynihan. 2/3 de las respuestas fueron de apoyo y confirmaron la indignación de los profesionales de la medicina ante dicha manipulación aunque, como deja bien claro una de las respuestas, sin ellos no podría producirse. Sin la colaboración de los médicos en los abusos de las compañías farmacéuticas, esos abusos no acontecerían.
 
En diciembre de 2004, la agencia reguladora de los medicamentos en EEUU impidió que se comercializara el primer medicamento destinado a sanar la “disfunción sexual femenina” (el parche de testosterona de los laboratorios Proctor y Gamble). Los responsables de los estudios clínicos –todos financiados y supervisados por Proctor y Gamble– habían presentado sus resultados de forma sesgada, de modo que lo que eran unos beneficios dudosos y unos más que probables efectos secundarios peligrosos (cáncer de pecho y enfermedad cardiaca) se anunciaban como beneficios claros y riesgos negligibles.
 
De momento aún no ha sido desarrollado ningún otro medicamento para la disfunción sexual femenina, entre otras cosas debido a una creciente conciencia por parte de todos los agentes implicados de los efectos nocivos del exceso de influencia de las compañías farmacéuticas en el ejercicio de la medicina. La disfunción sexual femenina (como cualquier otra enfermedad) tiene que ser estudiada en función de los intereses médicos de las mujeres afectadas y no en función de los intereses económicos de algunas de las empresas más ricas del planeta.
 
 
En el breve periodo que va de 2000 a 2003, casi la totalidad de las grandes compañías farmacéuticas pasaron por los tribunales de EEUU, acusadas de prácticas fraudulentas. Ocho de dichas empresas han sido condenadas a pagar más de 2.200 mill de dólares de multa. En cuatro de estos casos las compañías farmacéuticas implicadas –TAP Pharmaceuticals, Abbott, AstraZeneca y Bayer– han reconocido su responsabilidad por actuaciones criminales que han puesto en peligro la salud y la vida de miles de personas.

Texto copiado del libro "Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas" de  Teresa Forcade i Vila.

Estas condenas solamente han sido posibles  gracias a las denuncias de miles de personas afectadas o que se solidarizaron con su lucha, los delitos eran tan flagrantes que su ocultación resultaba absolutamente imposible, aunque antes todas estas grandes empresas hicieron todo lo posible para evitar ser sancionados y por lo tanto puesta en duda su honradez para con los clientes que los hacen ricos.



Tras haber movilizado a todo el lobby farmaceútico para sobornar o incluso chantajear a los políticos, jueces y abogados que deben cambiar las leyes o hacer cumplir las vigentes, tras amenazar constantemente a las víctimas haciéndoles ver que no son nadie al lado de una gran multinacional farmacéutica, que lo único que conseguirán será perder su dinero y su tiempo, si todo eso no surte efecto porque el delito está claro y es imposible su ocultación, entonces entonan el mea culpa y pagan lo que estipule la ley, esa cantidad que pagen como multa siempre será irrisoria si la comparamos con la que habrán ganado gracias a los desmanes por los que han sido condenados, pero la empresa no escatimará esfuerzos a la hora de asumir responsabilidades de cara al público y gastarse millones en campañas de lavado de imagen. A los pocos meses los consumidores habrán olvidado que esas empresas envenenaron conscientemente a millones de personas con el único propósito de ganar dinero rápidamente, se olvidarán hasta la próxima vez que ocurra, y puede que la próxima vez le ocurra a ese consumidor que no quiso ver en su momento como está dejando su salud en manos de descerebrados cuyo único fin en la vida es el dinero.

Si no existe la enfermedad pues se crea y ya está, todo es válido para estas grandes multinacionales que trafican con nuestra salud, han convertido la medicina en una mercancía cuando debería ser un logro conquistado por toda la humanidad para el beneficio de todos, los científicos que deberían trabajar para desarrollar medicamentos más efectivos y con la mínima toxicidad posible, conspiran para enriquecer a sus jefes a costa de nuestras vidas. Toda la sabiduría y conocimientos adquiridos tras milenios de experiencia, desde los primeros chamanes hasta los actuales neurocirujanos, todas esas personas que de manera anónima y desprendida han dedicado su vida y hacienda a erradicar el dolor de la humanidad, todo ese bagaje cultural que sólo debería pertenecer a la humanidad en su conjunto, actualmente se encuentra en manos de unos pocos descerebrados que juegan con nuestra desgracia y dolor para enriquecerse a manos llenas.

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