Salvador Seguí: obrero, organizador de obreros

 

 
Cuando llega la paz en 1918, tras terminar la Gran Guerra, Barcelona se convierte en una ciudad a la deriva, con legiones de parados y excluidos sociales. A la prosperidad provisional y artificial de los años de guerra sucederá el caos. La capital catalana se ha superpoblado desmesuradamente como consecuencia de la atracción que ejercían las industrias bélicas sobre las provincias pobres. Además, en las últimas, fases del conflicto, Barcelona se había convertido en un poderoso centro de espionaje.
 
La ciudad está infestada de agentes dobles, provocadores de todas categorías y de una población desocupada, exasperada, lista para cualquier locura producto de la desesperación y la imperiosa necesidad de comer que tenemos todos los humanos, cosa que nunca les importó a los capitalistas, nuestra desgracia es su fortuna. La tensión social está al rojo vivo, dos grados por debajo del punto de ebullición. Este ambiente de revolución social se ve  incesantemente acrecentado por la presencia de las masas marginadas, puesto que ya no les queda más que perder.
 

La consecuencia será que, durante los años que van desde el fin de la guerra a la dictadura de Primo de Rivera, la capital de Cataluña va a ser agitada por violentas e incontrolables sacudidas. El enfrentamiento entre las fuerzas sindicales y las del orden burgués revestirá dos formas: en primer lugar un desafío al estilo clásico entre la potente CNT y la Patronal catalana; y en segundo lugar una lucha áspera, nocturna y sangrienta, al oponerse los turbulentos elementos de los bandos presentes.
 
Entre las filas del anarcosindicalismo militan algunas figuras claves que intentan organizar mejor la lucha, Salvador Seguí, denominado familiarmente el «Noi del Sucre» es uno de ellos.  Su excepcional personalidad va a dominar la inmediata posguerra. Dará un nuevo acento al anarcosindicalismo. Seguí no podrá ser acusado de tibieza, ni siquiera de moderación, ya que él nunca olvidará los objetivos últimos de la lucha revolucionaria. Sin embargo, un prudente sentido político, un realismo constante, un evidente talento de organizador le protege de líricas ilusiones que constituían la tentación permanente de los desesperados de la gran ciudad, cosa bastante lógica, puesto que el que lleva días sin comer quiere la revolución ya, sin pensar en planificaciones, lo que quiere es que mañana sea su último día de hambre.
 

Salvador Seguí con Salvador Quemades (izq) y Ángel Pestaña
Gracias a la solidaridad entre obreros y campesinos se pudo paliar un poco esa hambre extrema, aunque no era suficiente con la solidaridad entre iguales, había que organizarse y luchar en conjunto contra los enemigos del pueblo, los administradores de la miseria. Nada se conseguiría con las acciones a título personal, sólo más muertos y presos, las cárceles ya estaban repletas de buenos anarquistas, había que organizar las acciones y evitar en todo momento la mano de la "justicia" estatal.


Salvador Seguí constituye una muestra importante de autoeducación. Nacido en Lérida en 1890, se adhiere al sindicato de pintores. En 1907 su actividad de militante le lleva a ser encarcelado. Orador nato, ejerce una influencia extraordinaria sobre los auditorios proletarios. Pero su prestigio no se limita tan sólo a las clases trabajadoras. La burguesía liberal le otorga su estimación: Seguí se volverá un sindicalista inexorable, se pronunciará siempre contra la violencia ciega. Es un político lleno de calor humano, amante del teatro y de la música, lector de Nietzsche -se dice- aunque no se deja llevar por romanticismos inútiles. Es el hombre de lo posible. Busca caminos realistas en el propio seno de las organizaciones obreras para así llegar a la utopía.

No posee las mismas prevenciones contra la izquierda burguesa que los representantes extremistas de su movimiento. En múltiples ocasiones se esforzará en realizar la alianza entre los sindicatos anarquistas (CNT) y los sindicatos socialistas (UGT), cosa que hoy sería absolutamente imposible, puesto que los de UGT son parte del problema y nunca la solución. La resistencia de los militantes va a sacrificar estos proyectos, la unidad de lucha no fue posible.

Esta tentativa aclara los objetivos y los métodos de Seguí. Más que esperar un cambio instantáneo, un salto a la edad de oro, gracias a una especie de milagro, Seguí prefiere realizar un paso adelante cada día, sin prisa ni fiebre, cuidando de no arruinar todos los progresos logrados por el desencadenamiento prematuro de la tempestad, pasito a pasito pero sin retroceder jamás, ni para coger impulso.
 
Él mismo definirá la relación entre el sindicalismo y el anarquismo como una relación entre lo real y lo ideal, teniendo éste una solución lejana, y no exigiendo que se deba recurrir, para alcanzarla, bien sea a la huelga sistemática, o al atentado personal. La violencia o la reacción poco medida siempre es mala consejera, los anarquistas no son asesinos, son humanitarios antes que ninguna otra cosa, les horroriza ver correr la sangre, aunque siempre intentarán que esa sangre no sea la suya.

La primera preocupación de Seguí fuera reorganizar a la CNT. El sindicato hasta entonces estaba dividido por oficios. De ahí resultaba un agotamiento de la acción reivindicativa. Seguí sustituirá esta estructura por la de los Sindicatos Únicos de Ramo, es decir, un sindicato único para cada rama de la industria, agrupando las organizaciones por oficios. Gracias a estas transformaciones, la acción reivindicativa podrá radicalizarse y democratizarse al mismo tiempo.

La masa de trabajadores no especializados va a intervenir en la lucha junto a los especializados, que de ahora en adelante asumirán todo el peso de la lucha. Estas decisiones, llevadas tanto sobre las estructuras como sobre los métodos de lucha, Seguí va a ratificarlas en junio y julio de 1918 en el Congreso de Sants. En este mismo congreso se dará a conocer otro líder, muy próximo pero al mismo tiempo muy distinto a Seguí, se trata de Ángel Pestaña.
 


Ángel Pestaña Núñez es considerado como una de las figuras más destacadas del anarcosindicalismo español. Huérfano de su padre desde niño y sin haber conocido a su madre ni a su hermana; se vio obligado desde pequeño a ganarse el sustento, por lo que trabajó en diversos oficios por toda la cornisa cantábrica , en una situación de desarraigo hasta aprender finalmente la profesión de relojero. Después de viajar por España, Francia y el norte de África, fijó su residencia en Barcelona, ingresando en la CNT y colaborando en el periódico anarquista "Tierra y Libertad".

Llega a ser el director de Solidaridad Obrera, órgano de expresión de la CNT, desde donde inicia una valiente campaña contra el jefe de policía Bravo Portillo, a quien acusó, con pruebas, de ser un espía de los alemanes.
En marzo de 1920 salió de España en representación de la CNT para asistir al II Congreso de la Internacional Comunista; celebrado en el verano de aquel año; y fue uno de los escasos delegados que se atrevieron a enfrentarse a la línea impuesta por los comunistas.

Al principio, Ángel Pestaña; como la mayoría de los libertarios, simpatizaba con la revolución rusa como cuestión de principio, pero le alarmaba la hegemonía del Partido Comunista, que hacía presentir la dictadura de un partido sobre el proletariado. Pestaña acusó a Lenin de "autoritario y absorvente"; y ve en el comunismo bolchevique un régimen dictatorial instalado sobre la miseria colectiva, y en la dictadura de un partido el falseamiento de la revolución popular.

Nacido en un pueblecito de las montañas de León, muy pronto queda huérfano. Pestaña tuvo una infancia muy difícil; más tarde aprende el oficio de relojero y llega a Barcelona en 1914, donde su primera acción es ir a saludar a Anselmo Lorenzo. Pestaña es de temperamento metódico, excelente organizador, provisto de una vasta cultura histórica y filosófica, tenía en su comportamiento cotidiano algo de puritano y asceta. Esto le permitía, en los momentos difíciles, disfrazarse de sacerdote, para escapar de sus perseguidores…
 
Pestaña y Seguí, los dos primeros empezando por la izq
 
El Congreso de Sants se pronuncia en favor del apoliticismo y de la acción directa pero, en el espíritu de Seguí, nada tiene que ver con las fantasías que alimentaban los libertarios de los tiempos heroicos. La acción directa no está relacionada con los atentados individuales o con la intención de perjudicar a los esquiroles. Acción directa significa ante todo acción directa ejercida por los obreros, sin que nadie intervenga entre el patronato y el proletariado.

Esta acción puede ser violenta o no, no se excluye la violencia en caso de autodefensa, en algunos casos es imprescindible, pero siempre huyendo del odio cegador, había que mantener la cabeza fría y tener claro que los asesinos y los criminales siempre son los capitalistas. El pueblo dispone de un arma esencial, la huelga general, cuyo objetivo es doble: obtener mejoras materiales y preparar los cambios fundamentales para el futuro.

 
Seguí y Pestaña llevan a cabo un esfuerzo tenaz para conjurar las tentaciones que el caos general, la desmoralización y la angustia -al igual que el éxito bolchevique en Rusia- hacen sentir en los anarcosindicalistas. Los hombres de negocios catalanes comprenden que tienen frente a ellos a un adversario que surge reforzado de la reorganización que él mismo ha conducido a feliz término. Reaccionan con la formación de una «Federación patronal», que se opondrá a la CNT, en una guerra sin cuartel, hasta 1923, es el tiempo de los sicarios asesinos contratados por la patronal para acallar las voces más influyentes del anarcosindicalismo barcelonés.

Inicios de la huelga de la canadiense

La CNT de Seguí no tardará en afrontar la prueba del fuego, con motivo de la huelga de la «Canadiense». Se denomina así a una importante empresa de electricidad de Barcelona, dirigida por el canadiense Peter Lawton. Estalla la huelga en febrero de 1919. La CNT, gracias a la nueva estructura, da pruebas de su eficacia. Las restantes empresas de gas y electricidad de Barcelona van a la huelga por solidaridad. La ciudad queda sumida en la oscuridad. Otras ramas, empezando por la textil, se contagian. Un mes después, el setenta por ciento de las fábricas de Barcelona están paralizadas y también numerosos servicios públicos, comprendidos los de pompas fúnebres.

El gobierno replica declarando el estado de sitio en toda la provincia de Barcelona. Al mismo tiempo, e intentando poner en marcha la mermada economía, los poderes públicos disponen el requerimiento de ciertos trabajadores, pero los obreros de las artes gráficas replican con lo que se ha llamado la «censura roja»; no imponen el decreto gubernamental sobre la movilización de los huelguistas, según el acuerdo del Sindicato único del ramo de los impresores.

La Canadiense, auténtica picadora de carne humana

Esta importante cohesión obrera, reforzada ante las amenazas del gobierno, llega a impresionar. Pero la situación material de los obreros empeora rápidamente, y Seguí, que controla perfectamente la operación, inicia las negociaciones a mediados de marzo, cuarenta días después de haberse iniciado la huelga. Varias categorías de trabajadores obtienen ventajas substanciales. La jornada de ocho horas se extiende por todas las ramas de la industria. Es un éxito. Ha sido adquirido por la demostración pacífica de la fuerza obrera. No se ha manchado en ningún momento por la violencia.

La vuelta a la normalidad no durará mucho tiempo. Algunos obreros son arrestados y permanecen en prisión. La solidaridad vuelve a extenderse. La huelga estalla de nuevo el 24 de marzo, pronto se hace general, ya que, según Fernández Almagro, en su Historia del reinado de Alfonso XIII, cien mil trabajadores observan la huelga (mientras que en 1892, para reclamar la jornada de nueve horas, solamente cuarenta y cinco mil trabajadores habían dejado el trabajo en Barcelona). Ante esta vuelta a la agitación, las autoridades, que no conocen más que un remedio efectivo, decretan nuevamente el estado de sitio.

La ciudad es ocupada militarmente, y una especie de guardia cívica burguesa, el somatén, trata de instaurar un cierto tipo de vida económica. Se enrolan ocho mil voluntarios. Son detenidos muchos trabajadores, sobre todo aquellos dirigentes de los sindicatos cuya actividad está jurídicamente suspendida. Y, sin embargo, la Federación Patronal encuentra el medio de reprochar al gobierno su debilidad y su suavidad: considera que han cedido demasiado a los sindicalistas durante las negociaciones del mes de marzo, tras la primera huelga de la «Canadiense». En cuanto a los sindicalistas, vencedores en marzo, pierden su prestigio con este nuevo empuje de la huelga, que sirve de pretexto para la reorganización patronal, sin llegar a resultados positivos.

Pero las cosas son muy complejas, pues las pretensiones patronales se explican mejor si las situamos en un contexto local, es decir, en el marco de la rivalidad permanente que existe entre Barcelona y el resto de España. La mayor parte de patronos catalanes deseaban que se presentara a las Cortes un estatuto de autonomía para Cataluña. Es cierto que un principio de descentralización había sido más o menos adquirido antes de las huelgas. Pero el malestar social retrasó su realización. Por lo tanto, ahora se entiende que los patronos terminaran por sospechar que el gobierno de Madrid tenía tratos con los huelguistas a fin de mantener el dominio de Madrid sobre Barcelona. Según esta hipótesis -la cual dista de estar sostenida por todos los historiadores- el gobierno habría actuado bajo mano para prolongar la huelga, mostrándose aparentemente conciliador. Esta era una manera de frenar el nacionalismo catalán.


En esta disputa, los anarquistas van a mostrar la máxima prudencia. No obstante, se les acusará de haberse vendido a los emisarios de Madrid. Resentido de haber perdido en los dos terrenos, en el económico y en el político, el patronato catalán se endurece: se rodea de representantes del ejército en Barcelona, partidarios en su mayoría de las medidas de fuerza mucho más que los gobernadores civiles.

En julio de 1919 cuando está en el poder el gabinete del conservador Sánchez de Toca, se inclinan de nuevo por acceder a la conciliación bajo la influencia del ministro del Interior. El social-católico Burgos y Mazo prepara una fórmula intermedia para la creación de comisiones mixtas de patronos y obreros; los jefes de empresa aceptan, después sabotean el proyecto que Seguí, tras duras dificultades había hecho admitir a la CNT. Aún más: se preparan para el contraataque, que se desencadenará a partir del otoño, debido a una situación más grave, el lock-out, mientras que en Madrid el poder cae en manos de un gobierno menos preocupado y abierto por las cuestiones sociales que el precedente.

Las consecuencias del lock-out serán dramáticas: doscientos mil trabajadores son despedidos de sus trabajos. Angustia, resignación, hambre, son el principio de una serie de problemas mucho más peligrosos que los que han precedido. El lock-out marca el final del período (junio de 1918-noviembre de 1919) en que Seguí junto con Pestaña y muchos otros anarcosindicalistas consiguieron la unidad de lucha y una fuerte organización basada en las cajas de resistencia, en la solidaridad y el apoyo mutuo. A partir de ahora, se entra en una época de guerrillas confusas y salvajes que evoca mejor el Chicago de los años treinta que las grandes luchas obreras. Salvador terminó siendo asesinado por los gángsters capitalistas en 1923.

Flores depositadas en el lugar donde "El Noi del Sucre" fue asesinado

Fuente:

"Los anarquistas españoles". Jean Becarud y Gilles Lapouge

Descargar Pdf "Escuela de rebeldía" Salvador Seguí:

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