Emma Goldman: Una mujer sumamente peligrosa (V.O.S.).




«En lo que yo creo» muchas veces ha sido el objetivo de escritorzuelos. Tales historias espeluznantes e incoherentes han sido difundidas sobre mí, no es nada asombroso que el ser humano medio tiene una palpitación en el corazón por la sola mención del nombre Emma Goldman. Es una lastima que ya no vivamos en los días en que las brujas eran quemadas en la estaca o torturadas por conducir el espíritu del mal en ellos. ¡Porque, en verdad, Emma Goldman es una bruja! Es cierto que ella no come pequeños niños, pero hace muchas cosas peores. Ella fabrica bombas y juega en cabezas coronadas. B-r-r-r!

Tal es la impresión que el público tiene de mí y de mis creencias. Por tanto, es mucho el crédito del mundo al dar, por lo menos, una oportunidad a sus lectores para aprender lo que mis creencias son en realidad.

El estudioso de la historia del pensamiento progresista es muy consciente de que todas las ideas en sus primeras etapas han sido tergiversadas, y los partidarios de esas ideas han sido difamados y perseguidos. No es necesario retroceder 2000 años hacia el momento en que los creyentes en el evangelio de Jesús fueron lanzados a la arena o cazados en las mazmorras para comprender de qué forma las pequeñas grandes creencias o serios creyentes son entendidos. La historia del progreso está escrita en la sangre de los hombres y mujeres que se han atrevido a abrazar una causa impopular, como, por ejemplo, el derecho del hombre negro a su cuerpo, o el derecho de la mujer a su alma. Si, pues, desde tiempo inmemorial, el nuevo se ha encontrado con la oposición y la condena, ¿por qué mis creencias deberían estar exentas de una corona de espinas?
 
 
«En lo que yo creo» es un proceso y no una finalidad. Las finalidades son para los dioses y los gobiernos, no para el intelecto humano. Si bien puede ser cierto que la formulación de Herbert Spencer de la libertad es la más importante sobre el tema, como base política de la sociedad, aun así la vida es algo más que fórmulas.

En la batalla por la libertad, (como Ibsen tan bien ha señalado, es la lucha por, no tanto el logro de la libertad), se desarrolla todo lo que es más fuerte, más firme y mejor de la naturaleza humana.

El anarquismo no es solo un proceso, sin embargo, que marcha con «pasos sombríos», para colorear todo lo que es positivo y constructivo en el desarrollo orgánico. Es una manifestación visible de la forma más militante. Es tan absolutamente intransigente, insistiendo e impregnando una fuerza como para superar el asalto más obstinado y para resistir las críticas de los que realmente constituyen la última trompeta de una edad en descomposición.

Los anarquistas no son espectadores pasivos en el teatro del desarrollo social, por el contrario, tienen algunas nociones muy positivas en cuanto a objetivos y métodos.

 
 

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