Anselmo Lorenzo. La cuestión social es cosa de obreros, no de "sabios"

 

Anselmo Lorenzo
 
Discurso de Lorenzo en pro de la resistencia obrera en la tercera sesión del Congreso de Barcelona (Junio de 1870).

Compañeros:

No creía tener aquí ocasión de hablar de nuestra competencia en las cuestiones científicas, puesta en duda por los que ejercen el monopolio de la ciencia; por lo mismo celebro la circunstancia que me obliga a hablar de ella.

Ya en otras ocasiones me he mezclado entre los hombres de ciencia para decirles con la sencillez con que lo dice un obrero lo que pensaba respecto a las cuestiones económicas y sociales.

Ahora creo un deber y una felicísima oportunidad manifestar mi opinión de que los únicos verdaderamente competentes para tratar la cuestión social son los obreros, y voy a probarlo.

Todas las clases privilegiadas, al tratar de dichas cuestiones, se inspiran en un criterio mezquino, en un criterio egoísta que suele estar influido además por el respeto tradicional con que se miran ciertos hombres eminentes; no miran, por consiguiente, la Justicia ni la personalidad humana como es necesario mirarla, solamente se inspiran en los intereses creados, y sólo con arreglo a ellos entienden las reformas, tratando de armonizar siempre lo que existe, lo presente, con las reformas futuras, y de esta manera no se va nunca al triunfo de la Justicia. Por esto opino que aquellos que no tienen ningún interés que conservar, que pueden proclamar libremente la personalidad humana, y que tras de sí no dejan explotados son los únicos que, dirigiéndose a los que tienen enfrente pueden decirles:

Yo, que soy un ser igual a vosotros por naturaleza, aunque en la consideración social nos separan muchos grados de distancia, tengo el derecho de protestar contra esta organización social, contra esta mentida ciencia que reconoce esta desigualdad y que quiere armonizar a los capitalistas y a los obreros, armonía imposible, porque es lo mismo que decir: tú has nacido para ser pobre y tú para ser rico; en lugar de decir: hemos nacido para ser hombres, que es lo único racional y justo.

Aquí se ha indicado también algo respecto a la incompetencia de los pocos años: como firmante del dictamen que se discute y como yo tampoco soy viejo, diré que la inteligencia no está vinculada en la vejez, y que cuando con intención se quieren penetrar y analizar las cuestiones, lo mismo puede equivocarse un hombre de 100 años que un mozalbete de 20, y lo mismo puede tener sentido común un anciano que un joven.

Al redactar el dictamen, lejos de inspirarnos en el criterio de los explotadores, nos hemos inspirado en el criterio de la igualdad humana. Hemos visto que a esta igualdad no se camina aceptando las soluciones que indican los economistas, puesto que no pretenden sino que continúe la injusticia que hoy existe; hemos afirmado nuestra personalidad, hemos afirmado que tenemos derecho a su completo desenvolvimiento y hemos encontrado que la clase privilegiada no nos lo reconoce.

Es necesario, pues, que nos emancipemos, lo cual significa que hemos de rescatar los derechos que son el complemento de nuestra personalidad y que nos usurpa la clase privilegiada. Naturalmente ellos por su parte no pueden cederlos, están interesados en conservarlos; vemos además que todas las manifestaciones de esta misma clase tienden siempre a conservarlos; vemos también que todos los argumentos que indican son variantes de una misma cosa, dentro de la cual siempre queda la injusticia de que nos lamentamos. Por lo mismo hemos creído que no hay más remedio que, afirmando nuestra personalidad y el derecho que tenemos a emanciparnos, proclamar la resistencia completa, abierta y franca.

No tenemos otras armas que la resistencia misma, a cualquiera otra a que apelemos siempre resultará que nuestros adversarios, dueños del poder y de la riqueza, podrán oponernos elementos superiores, insuperables para nosotros; en cambio la resistencia es infalible e invencible.

Pensando bien, dándose cuenta cada cual de lo que hace, de lo que es en la sociedad, de lo que podríamos hacer unidos a nuestros hermanos, no tendría razón de existir la miseria y la abyección; no sería posible que los que nos agobian con sus privilegios vistiesen lujosos trajes y se paseasen en magníficas carretelas, dándonos en cambio de nuestro trabajo, tiranía, desprecio y opresión.

Si, pues, todos nos damos cuenta del papel que desempeñamos en la sociedad y del principio que nos mueve a la afirmación de nuestra personalidad y del fin que nos proponemos, que es la emancipación completa, llegará un día en que por virtud y resultado de estos principios, nosotros, trabajadores, por medio de una resistencia universalmente organizada, pondremos mano en los inmensos medios de que disponen nuestros enemigos, obligándoles a abandonar sus injustificables privilegios, porque ellos son impotentes para resolver nada ante una paralización general de los trabajadores.

Se dirá que este género de resistencia destruye la riqueza. ¿Y qué es la riqueza? La razón demuestra que no hay más riqueza positiva que el trabajo; no el dinero, que éste sólo es un agente intermediario entre la producción y el consumo. Si se considera como riqueza el dinero es cierto que durante la lucha se pierde mucho.

Pero a nosotros ¿qué nos importa? Nosotros que no participamos de la riqueza general, a pesar de tener preferente derecho por nuestro trabajo, ¿qué perdemos con esa pérdida de falsa riqueza?

Si de pan negro, humilde traje y miserable albergue no nos dejan pasar, ¿qué perdemos con que nuestros enemigos pierdan algunas de sus comodidades? Ellos lo sentirán, que no pueden pasar sin el goce de sus constantes privilegios nosotros sabemos demasiado qué son privaciones.

Pues bien, en cambio de haber perdido esta parte de riqueza, que poco nos importa, habremos conquistado una riqueza inmensa, la riqueza del Derecho, la riqueza del complemento de la personalidad humana, esto es, la felicidad de llamarles nuestros hermanos; porque no es nuestro objeto, como ellos creen, ponernos en su lugar y consumar una obra de venganza, sino tan sólo ejercer una obra de justicia. Por lo mismo sólo son nuestros enemigos mientras están frente a frente, pero conseguido el resultado de nuestra obra, realizado nuestro ideal, serán nuestros amigos, les tenderemos una mano fraternal y tendrán la vergüenza de haber de sufrir nuestro perdón.

He dicho. (Vivos y prolongados aplausos)

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