La ley y la autoridad. Piotr Kropotkin



«Cuando la ignorancia está en el seno de las sociedades y el desorden en los espíritus, las leyes llegan a ser numerosas. Los hombres lo esperan todo de la legislación y cada ley nueva ha sido un nuevo engaño;  piden sin cesar a la ley lo que sólo puede venir de ellos mismos, de su educación, del estado de sus costumbres» No creáis que es un revolucionario el que dice esto, ni siquiera un reformador; es un jurisconsulto, Dalloz el autor de la colección de las leyes francesas, conocida con el nombre de Repertorio de la legislación. Y, sin embargo esas líneas, escritas por un confeccionador y admirador de reyes, representa perfectamente el estado anormal de nuestras sociedades.

Una ley nueva es considerada como un remedio a todos los males. En lugar de cambiar uno lo que considera malo, empieza por pedir una ley que lo cambie. El camino entre dos villas es impracticable: el campesino dice que él haría una ley sobre los caminos vecinales. Una guardia de campo insulta a cualquiera aprovechándose de la simpleza de los que le rodean con su respeto: «Tendrían que hacer una ley -dice el insultado- que prescriba a los guardias del campo  el ser un poco más corteses». ¿Qué el comercio y la agricultura no prosperan? «Lo que nos hace falta es una ley protectora» Así razona el industrial, el ganadero, el especulador en trigos. Y no hay revendedor de aranceles que no pida una ley para su pequeño comercio. 

El burgués baja los salarios o aumenta la jornada de trabajo «hace falta una ley que ponga orden a esto» exclaman los diputados en ciernes, en lugar de decir a los obreros que hay otros medios, bastante más eficaces, «para poner orden a esto»: tomar al burgués todo lo que se ha apropiado de las distintas  generaciones de obreros. En resumen, para todo una ley: una ley sobre los cambios, una ley sobre los caminos, una ley sobre las modas, una ley sobre los perros rabiosos, una ley sobre la virtud para oponer un dique sobre los vicios, a todos los males, que no son más que el resultado de la indolencia y de la cobardía humana.

Estamos talmente pervertidos por una educación que desde nuestra más tierna edad tiende a matar en nosotros el espíritu de rebelión y nos desenvuelve el de la sumisión a la autoridad,  estamos talmente pervertidos por esa existencia bajo la férula de la ley que lo reglamento todo: nuestro amor, nuestras amistades, que si esto continúa, perderemos toda iniciativa, toda costumbre de razonar. Nuestras sociedades parece que no conciben poder vivir de otra manera que bajo el régimen de la ley, elaborada por un gobierno representativo y aplicada por un puñado de gobernantes; y tanto es así, que cuando llegan a emanciparse de ese yugo, su primer cuidado es el reconstituirlo inmediatamente.«El año 1º de la Libertad» no ha durado jamás más de un día, pues después de haberlo proclamado, al día siguiente vuélvese otra vez a someterse al yugo de la ley, de la autoridad.

Hace millares de años que los gobernantes repiten en todos los tonos: respeto a la ley, obediencia a la autoridad. Los padres educan a sus hijos bajo ese sentimiento; la escuela se lo fortalece, inculcándoles falsa ciencia, haciendo de la ley un culto, uniendo el bien y la ley de sus superiores en una sola y misma divinidad. El héroe de la historia que ella ha fabricado es aquel que obedece a la ley, que la protege en contra de los rebeldes.

Hoy mismo, siempre el hacha, la cuerda, el fusil y las prisiones; de una parte el embrutecimiento del prisionero, reducido al estado de bestia enjaulada, el envilecimiento de su ser moral; y, de otra parte, el juez despojado de todos los sentimientos que forman la parte más noble de la naturaleza humana, viviendo como un visionario en un mundo de ficciones jurídicas, aplicando con voluptuosidad la guillotina, sangrienta o seca, sin que este loco, fríamente malvado, dude siquiera un momento del abismo de degradación en el cual ha caído frente a los que condena.

Vemos una raza, confeccionadora de leyes, legislando sin saber sobre qué legisla, votando hoy una ley sobre el saneamiento de las poblaciones, sin tener la más pequeña noción de higiene; mañana reglamentando el armamento del ejército, sin conocer un fusil; haciendo leyes sobre la enseñanza o educación honrada de sus hijos; legislando sin ton ni son, pero no olvidando jamás la multa que afecta a los míseros, la cárcel y la galera que perjudicarán a hombres mil veces menos inmorales de lo que son ellos mismos, los legisladores. Vemos, en fin, en el carcelero la pérdida del sentimiento humano; al policía convertido en perro de presa; el espía, menospreciándose a sí mismo; la delación transformada en virtud, la corrupción erigida en sistema; todos los vicios, todo lo malo de la naturaleza humana favorecido, cultivado para el triunfo de la ley.

Y como nosotros vemos todo esto, es por ello que en vez de repetir tontamente la vieja fórmula «¡respeto a la ley!», gritamos «¡despreciad a la ley y a sus atributos!». Esta frase ruín: «¡Obedeced a la ley», la reemplazamos por «¡Rebelaos contra todas las leyes!».

Comparad solamente las maldades realizadas en nombre de cada ley, con lo que ella ha podido producir de bueno; pensad el bien y el mal, y veréis si tenemos razón.

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