Pdf Huye, hombre, huye. Xosé Tarrío González


Quizás dentro de nosotros habita una fiera.
Seguro que nació del sufrimiento que nos produjo apartarnos de lo que más queríamos.

A Coruña, 27 de agosto de 1987

Son las cuatro de una soleada tarde de verano en el barrio coruñés de Katanga. El buen tiempo invita a salir a la calle, y se respira un ambiente tranquilo y agradable. Quizás por ello nadie advierte la presencia policial. Camuflados con ropas de paisano y dirigidos tenazmente por el inspector de Policía de la Brigada Criminal, Peña, un grupo de policías toman posiciones en torno al domicilio del hombre que han venido a capturar. Especialistas en secuestros a mano armada, no darán ninguna oportunidad de huida a su presa. La caza del hombre está dispuesta.

Son las cinco cuando se advierte movimiento en el portal a vigilar. La puerta se abre y de ella emerge con paso apresurado un joven que se encamina hacia uno de los bares cercanos. No tiene nada que temer, por lo que camina confiado y desatento.

Identificado, el dispositivo policíaco se pone en marcha. Una pareja de novios se encamina hacia su posición y, una vez a su altura, ella, en un rápido movimiento, le encañona con su arma, mientras su compañero lo inmoviliza esposándole los brazos a laespalda. Ha sido sencillo. Otros policías surgen de sus escondrijos para apoyar la acción policial. En sus ojos brilla la satisfacción del trabajo bien hecho. Varios coches acuden entonces al lugar, y la presa es introducida dentro de uno de ellos, para posteriormente desaparecer camino de la Jefatura Superior de Policía.

Los vecinos han asistido, graves sus rostros, a la actuación de los protectores de la ley y el orden. Un gran silencio reina ahora sobre el barrio. No es la primera vez que asisten a una captura, y dan gracias a Dios de que esta vez no le haya tocado a ninguno de sus hijos. Aquí la mayoría de los jóvenes son delincuentes o drogadictos; en el peor de los casos, ambas cosas a la vez. Por eso nadie aplaude la acción de la ley. No aquí, al menos.

Un hombre acaba de ser borrado del mapa social, e irá, sin duda, a dar con sus huesos en alguna de las pútridas e infectas celdas de la cloaca carcelaria. Allí le aguarda una deuda contraída años atrás con la sociedad por un delito de robo. Para él comienza el camino de la podredumbre: un camino de ida al infierno de los hombres civilizados. Condenado a dos años, cuatro meses y un día de prisión por la Audiencia Provincial de La Coruña, ignoraba todavía lo que la injusta fortuna le deparaba.

Era el comienzo de una vindicta de los que, llenos la boca de las palabras democracia y justicia, no aceptaban la autonomía del individuo al margen del rebaño y sus normas, y predicaban su detención y posterior privación de libertad, no sin antes acallar sus conciencias con la legalización judicial de todo el proceso.

A sus diecinueve años, José Tarrío González, conocido por el sobrenombre de Che, iba a afrontar su etapa más dura. Desheredado del mundo por pertenecer a una familia económicamente humilde, recorrió el inexorable camino que lleva desde el internado al reformatorio y de éste a la cárcel. Él sabe mejor que nadie que, cuando comenzó la singladura de la vida, no partió con el mismo bagaje que el resto de niños de familias más acomodadas, ni tuvo las mismas oportunidades que ellos. Parte de su infancia y de su juventud ha transcurrido en diferentes establecimientos del Estado, quien lo educó. Demasiado a menudo ha sido brutalmente apaleado por aquellos que, hechos cargo de su tutela, se otorgaron el derecho a castigar. Él sabe que el sistema actual es injusto y que sólo beneficia a unos pocos, en detrimento del resto, que han sido convertidos en esclavos del reloj. 

Se ha negado a participar en ello, declarando su anarquía abiertamente, sin hipocresías. Él es su juez y su ley, y eso no se lo perdonarán nunca los «honrados» y los «justos». Hoy, 15 de septiembre de 1994, siete años después, ocupa una celda dentro del módulo de Régimen Especial FIES, en la cárcel de máxima seguridad de Picassent, en Valencia. Este régimen, considerado con razón el más duro de España, fue creado en 1991 por la Administración Penitenciaria para poner coto a la avalancha de motines, secuestros y evasiones que asolaron aquel verano el panorama penitenciario español, y todavía perdura, pese a hallarse derogado por Real Decreto 787/84 de 26 de marzo. Allí, aislados del resto de la población reclusa de manera brutal, se encuentran una parte de los presos FIES, considerados por la Dirección General de Instituciones Penitenciarias como los reclusos más conflictivos o como especialistas en fugas. 

La condena de dos años, cuatro meses y un día, por la que se produjo su detención, se ha visto incrementada a un total de setenta y un años firmes de prisión, y se halla en vías de triplicarse por varios procedimientos judiciales que la justicia sigue contra él por diferentes delitos.

Ahora dedica tiempo a estudiar, a leer y a practicar deporte en sus ratos de ocio. Como muchos otros antes, ha sido colocado ante dos caminos: someterse o rebelarse. El escogió la segunda de las dos opciones, y esto tampoco se lo perdonarán. Se enfrenta, en consecuencia a una venganza que comenzó años atrás y de la que sólo podrá huir por medio de la fuga, el sometimiento o la muerte que, lenta y cruel, juega y se recrea con él en forma de SIDA. Lo sabe. Por eso ha comenzado las primeras líneas de un manuscrito en el cual tratará de plasmar en el papel el espectro carcelario, y poner boca arriba el fracaso del sistema penitenciario con sus castigos bárbaros y trasnochados, cuanto menos necesitados de una urgente revisión, con la consiguiente reforma de la ley que lo regula. Su experiencia es el mejor ejemplo de la aplicación de unos métodos sistemáticos que transforman a muchos hombres en auténticas fieras. 

En las presentes páginas hay un lugar para todos aquellos presos en cuyos corazones todavía brillan la amistad, la esperanza y la libertad, pese a los métodos salvajes a los que se les somete en su encierro y a sufrir en su mayoría la enfermedad del SIDA. A ellos dedica especialmente su manuscrito, porque ellos representan el valor de unos hombres que, enfrentados día a día con la muerte, a solas con sus orgullos, sus miedos, las gélidas celdas y su terrible soledad, todavía se mantienen leales a su más elevada esperanza. A esos valientes que luchan denodadamente por morir en brazos del único derecho indiscutible e incadenable del hombre: la Libertad.

Picassent, 15 de agosto de 1994




1 comentario:

Unknown dijo...
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