ETC, ETC… Tierra y Libertad Nº 196 (14-1-1914)



Cuando los hombres eminentes del socialismo español, colocados en el observatorio central, ven aparecer un conflicto proletario en sus dominios, acuden en seguida al punto amenazado con su influencia, su elocuencia y el bagaje de sus recursos.

Así se les ve en Riotinto, en el Ferrol, en Bilbao; y cuando su presencia pudiera ser de dudosa eficacia, como en Barcelona, habilitan para el caso al primer arribista que encuentran a mano, como en la huelga ferroviaria, o envían un periodista entrometido, como en la huelga fabril.

El toque socialista está en domeñar las energías rebeldes, en impedir a todo trance la acción directa, en terciar como mediadores en las relaciones que se promuevan de urgencia entre obreros, patronos y autoridades, y en poder apuntarse un tanto de prudencia ante los privilegiados, y de sabiduría ante los desheredados, aplacando las pasiones, comprimiendo los ideales y aplazando las soluciones racionales.

Con esa táctica loyolesca, el moderno socialismo español ha formado, fomentado y va sosteniendo un partido obrero –que en la prensa, en varios ayuntamientos, no sabemos si en alguna diputación provincial y hasta en el Parlamento ha encumbrado trabajadores que se presentan como jefes del proletariado-, y la Unión General de Trabajadores, - que es su vaca nutricia-.

Para el ingreso en el partido obrero no se tienen exigencias; en él se entra como en la generalidad de los partidos políticos; la puerta se halla abierta y solo se pide a los entrantes asistencia a sus reuniones, ovaciones a sus jefes, apoyo a su prensa y el voto a sus candidatos.

El ingreso en la Unión General de Trabajadores se hace por la asociación y la federación. Un obrero inscrito en una sociedad de cándidos adheridos a esa Unión, paga las cotizaciones establecidas y espera lo prometido en sus estatutos, a saber: que “se recabe de los poderes públicos leyes que favorezcan los intereses del trabajo, tales como la jornada de ocho horas, fijación de un salario mínimo, igualdad de salarios para los obreros de uno u otro sexo, etc., etc.”

Los obreros que esperan que los poderes públicos les otorguen leyes que les favorezcan no acaban nunca la faena: trabajan sin cesar para pescar legalmente las ocho horas y la demás menestra prometida, y cuando todo ello lo tenga en su poder, que será el día del juicio al anochecer, les quedarán todavía dos ETCETERAS de añadidura, en los cuales estará seguramente la substancia emancipadora de esa maravillosa Unión, ya que ni en las ocho horas, ni en el jornal mínimo, ni el igual para ambos sexos aparece todavía, por cuanto deja a los obreros tan sujetos a la oferta y la demanda, tan esclavos y tan asalariados y a los capitalistas tan triunfantes como si tal Unión General de Trabajadores no existiera; pero aún, puesto que los liga para siempre con la esperanza de reformas y mejoras imposibles.

En los mítines de propaganda electoral, en algunos discursos parlamentarios y en los periódicos del partido se descifran brillantemente esos dos ETCETERAS finales.

Los oradores y escritores socialistas, maestros en el arte de dorar la píldora, con las flores retóricas del radicalismo más adelantado, tomadas de la literatura evangélica, librepensadora, democrática y aun anarquista en agradable mezcolanza, forman esplendorosos ramilletes que dan aspecto aceptable a los tales ETCETERAS y arranca a las masas ovaciones delirantes. Pero ¡ay! como todo ello es palabrería y las palabras se las lleva el viento, positivamente no queda para el afiliado a la Unión General de Trabajadores más que triste desilusión y la tristísima realidad de haber contribuido a la formación de una caja de resistencia que es un abismo para las esperanzas de infelices explotados y una cumbre para desaprensivos egoístas.

He ahí descifrado el enigma del objetivo de la Unión General de Trabajadores, y resumida la táctica y aun la historia del socialismo español, como puede comprobar todo trabajador de juicio sano y libre de toda sugestión sectaria.

Editorial de Tierra y Libertad

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