La Pasión de Sacco y Vanzetti. Howard Fast (Pdf & epub)

 


El día 15 de abril del año 1920 tuvo lugar un robo cuidadosamente planeado y despiadadamente ejecutado en la localidad de South Braintree, Massachusetts, En el curso de este robo, fueron muertos por los bandidos un pagador y un guardia de la empresa. Posteriormente, dos hombres, Nicolás Sacco, obrero zapatero, y Bartolomé Vanzetti, ex panadero y peón de un horno de ladrillos y en ese momento vendedor ambulante de pescado, fueron detenidos acusados de haber cometido este robo y doble asesinato.
 

De acuerdo con las leyes del estado de Massachusetts, se escuchan las peticiones y se interponen los recursos antes de que el juez dicte sentencia en el caso, En éste, el caso Sacco y Vanzetti, esos recursos, peticiones y mociones se extendieron a lo largo de más de siete años Y sólo el día 9 de abril de 1927 el juez que entendía en la causa, condenó a muerte a los dos hombres y a continuación ordenó que esa sentencia fuera ejecutada el día 10 de Julio de 1927. Sin embargo, por distintas causas, la ejecución de esta sentencia fue postergada hasta el día 22 de agosto de 1927. 
 
––Un hombre siempre paga el precio de su coraje –dijo el pastor–. Pero usted tiene un consuelo: que cumplió dignamente con un deber desagradable.
 
El pastor metió la mano en el bolsillo y sacó su hermoso reloj de oro, lo acercó hasta sus ojos y miró.

––¡Dios mío! –dijo.
 
––¿Pero cómo, no se queda para la cena?        -protestó el juez -.
 
––Me temo que no –suspiró el pastor–. Sé que lo prometí, pero debo volver a trabajar a mi vicaría.
 
En realidad, el pastor tenía una gran impaciencia, porque en el curso de la conversación se había dibujado ante él todo el esquema de un sermón, y sentía la obligación de anotar esos pensamientos antes de que se le escaparan. El juez expresó debidamente su decepción, pero repitió que la charla con el pastor había sido para él un gran motivo de consuelo. Acompañó al pastor hasta la puerta y después volvió al fresco de la galería. 
 
El cuervo bastardo Thayer
 

Después que se hubo ido el pastor, el juez se instaló tan cómodamente como pudo en su mecedora y colocó los pies sobre un banquillo. En el deseo de distraerse tomó una novela policial y trató de leer, pero la luz era muy mala, y después de leer unas cuantas líneas, empezó a cabecear. La verdad sea dicha, la tensión acumulada en todo el día lo había fatigado enormemente, y el alivio que le había proporcionado la conversación con el pastor, le permitió dormirse fácil y rápidamente. Pero si bien el acto de dormirse fue suave y rápido, su sueño fue corto y agitado. Como le había ocurrido últimamente con tanta frecuencia, fue visitado por sueños y, como la mayoría de las veces, esos sueños reproducían episodios del pasado. Ahora, en su sueño, sus pensamientos volvieron a ese día no tan lejano –el sábado 9 de abril de ese año– en el que él condenó a los anarquistas. Habían pasado casi cinco meses desde el incidente, pero éste había quedado indeleblemente grabado en su memoria, y una vez mas, en este sueño, se vio sentado en su estrado, ante el tribunal repleto de gente, con sus papeles desplegados delante de él, listo para sentenciar por un crimen cometido siete años antes a dos hombres que habían pasado en la cárcel esos siete largos años. ¡Con qué extrañeza los mira cuando entran en el tribunal! Y cuán extraños le resultan, casi ha olvidado ya quiénes son, y qué aspecto tienen. Por alguna secreta razón después de todos estos años ya no le parecen ni tan andrajosos, ni tan salvajes como él los recordaba, cuando ocupan sus lugares en esa rémora peculiar y bárbara de la justicia de la Nueva Inglaterra, la jaula en la que se sientan los presos mientras oyen la sentencia.
 
El juez golpea con su maza y el fiscal se pone de pie y dice:
 
––Tenga la bondad de escuchar el honorable tribunal: el asunto en consideración en esta sesión es el de los expedientes números 5545 y 5546, el estado de Massachusetts contra Nicolás Sacco y Bartolomé Vanzetti.
 
Consta en los archivos de este tribunal, expediente NQ 5W, el estado de Massachusetts contra Nicolás Sacco y Bartolomé Vanzetti, que estos acusados están convictos de asesinato en primer grado. Las actuaciones están terminadas, y yo propongo que el tribunal proceda a dictar sentencia. La ley fija al tribunal libertad en cuanto al tiempo dentro del cual debe ser ejecutada la sentencia. Teniendo en cuenta los pedidos de los abogados de la defensa, a los que el estado de Massachusetts accede, yo sugeriría que la sentencia a imponerse sea ejecutada en algún momento de la semana que comienza el próximo domingo 10 de julio.
 
 
El juez asiente con la cabeza para indicar que está de acuerdo con el señor fiscal. El ujier del tribunal se dirige al primero de los dos condenados y le dice:
 
––Nicolás Sacco, ¿tiene usted alguna razón que aducir acerca de por qué no se lo puede condenar a muerte?
 
Sacco se pone de pie. Durante un largo momento mira fijamente al juez sin hablar; a pesar suyo, el juez se ve obligado a bajar la vista. Sacco comienza a hablar en voz muy baja. A medida que sigue hablando, su voz se hace más fuerte pero no más alta. Parece estar completamente ausente de la sala cuando dice:


 
––Sí, señor. Yo no soy orador. El idioma inglés no es muy familiar para mí. Y como sé, como me dijo mi amigo, mi camarada Vanzetti piensa hablar más, entonces yo pensé dejarle el tiempo a él. Yo nunca supe, nunca oí, ni leí en la historia de algo tan cruel como este tribunal. Después de seis años de perseguirnos, todavía nos creen culpables. Y toda esta buena gente está hoy con nosotros en el tribunal. Yo sé que el fallo va a ser entre dos clases: la clase oprimida y la clase rica. Nosotros le damos al pueblo libros, literatura. Ustedes persiguen al pueblo, lo tiranizan y lo matan. Nosotros siempre tratamos de darle educación al pueblo. Ustedes tratan de poner una barrera entre nosotros y otras nacionalidades, para que nos odien. Por eso hoy yo estoy aquí en este banquillo, por haber sido de la clase oprimida. Y ustedes son los opresores. Usted lo sabe, juez, usted conoce toda mi vida. Usted sabe por qué me han traído aquí y hace siete años que usted nos está persiguiendo, a mí y a una pobre mujer, y hoy todavía nos condena a muerte. Yo quisiera contar toda mi vida pero, ¿para qué? Usted ya sabe de antemano lo que yo digo, y mi amigo, quiero decir mi camarada, va a hablar porque él sabe más inglés que yo, y yo lo voy a dejar hablar a él.
 
Mi camarada, el hombre bueno para todos los niños. Ustedes se olvidan de toda la población que ha estado con nosotros durante siete años. Simpatizando con nosotros y dándonos toda su energía y toda su bondad. A usted no le interesa. Entre la gente y los camaradas y la clase trabajadora hay una gran legión de gente intelectual que ha estado con nosotros estos siete años, pero el tribunal sigue adelante. Y yo creo que les agradezco a todos, a toda la gente, mis camaradas que han estado conmigo estos siete años, con el caso Sacco y Vanzetti, y le voy a dar a mi amigo Vanzetti la oportunidad de que hable él.
 
Me olvidé una cosa que mi camarada me hace acordar. Como dije antes, el juez conoce toda mi vida, y él sabe que nunca fui culpable, nunca–, ni ayer, ni hoy, ni para siempre.
 
Termina, y un gran silencio domina la sala. Al soñar con él, le parece al juez que ese silencio duró una eternidad, pero en realidad no fueron más que segundos. El ujier lo interrumpe. Con precisión y eficacia se pone de pie, señala al segundo de los condenados y pregunta:
 
Buenos Aires defendiendo la vida de Sacco y Vanzetti
 

––Bartolomé Vanzetti: ¿tiene usted alguna razón que manifestar, en virtud de la cual no pueda ser condenado a muerte?
 
Un puente de silencio une esta atroz pregunta con la respuesta de Vanzetti. Cuando se pone de pie, al principio no dice nada, se limita a mirar la sala, el juez, el fiscal, el ujier, y los espectadores. Su calma es casi inhumana. Lenta, imperturbable y –al principio– desapasionadamente, empieza a hablar:
 
––Sí. Lo que yo digo es que soy inocente. Que no sólo soy inocente, sino que en toda mi vida, nunca he robado, matado, ni he derramado sangre. Esto es lo que yo quiero decir. Y no es todo. No sólo soy inocente de estos dos crímenes, no sólo que nunca he robado, ni matado, ni derramado sangre, sino que he luchado toda mi vida, desde que tuve uso de razón, para eliminar el crimen de la tierra. Ahora, tengo que decir que no sólo soy inocente de todas estas cosas, no sólo que no he cometido un crimen en mi vida; algunos pecados sí, pero nunca un crimen; no sólo he luchado toda mi vida para desterrar los crímenes, los crímenes que la ley oficial y la moral oficial condenan, sino también el crimen que la moral oficial y la ley oficial no condenan y santifican la explotación y la opresión del hombre por el hombre. Y si hay alguna razón por la cual yo estoy en esta sala como reo, si hay una razón por la cual dentro de unos minutos va usted a condenarme, es por esa razón y por ninguna otra.
 
Aquí Vanzetti se detiene, y parece registrar su memoria en busca de palabras e imágenes. Después sigue hablando; el juez no puede entender a qué se refiere Vanzetti. Es sólo al promediar sus palabras que la vieja, la delgada figura de Eugenio Debs emerge de ellas y entra en la sala.
 
––Yo pido perdón por evocarlo –dice Vanzetti, hablando ahora casi con dulzura–. Hay un hombre que es el más bueno que he visto en mi vida. Un hombre que va a permanecer y crecer cada vez más cerca del pueblo, cada vez más querido por él, más metido en su corazón, mientras exista, en el mundo admiración por la bondad y por el sacrificio. Me estoy refiriendo a Eugenio Debs. Este hombre tenía una verdadera y amplia experiencia en tribunales, prisiones y jurados. Sólo porque quería que el mundo fuese un poquito mejor de lo que era, fue perseguido y difamado desde su adolescencia hasta su ancianidad. Y en verdad fue asesinado por sus largas prisiones. Él conoce nuestra conciencia, y no sólo él, sino todos los hombres de claro criterio del mundo, no sólo de este país sino de todos los países del mundo, están con nosotros. La flor de la humanidad de Europa, los mejores escritores, los más grandes pensadores de Europa han pedido por nosotros. Los científicos, los más grandes científicos, los más grandes estadistas de Europa, han pedido por nosotros. Los pueblos de los países extranjeros se han pronunciado por nosotros. ¿Es posible que sólo unos pocos individuos del jurado, sólo dos o tres hombres, que serían capaces de condenar a su propia madre a cambio de honores mundanos y bienes terrenos, es posible que ellos tengan razón contra el mundo, todo el mundo que ha dicho que están equivocados y que me consta que están equivocados?
 
 
Si hay alguien que pueda saber si tienen razón o no, somos yo y este hombre. Hace siete años que estamos juntos en la cárcel. Lo que hemos sufrido durante estos siete años, ninguna lengua humana lo puede narrar, y sin embargo, aquí estoy delante de usted y no tiemblo, lo miro derecho a los ojos y no me ruborizo, y no cambio de color, y no tengo vergüenza ni miedo. Eugenio Debs dice que ni siquiera un perro,, aunque no sean exactamente sus palabras, que ni siquiera un perro que ha matado gallinas, hubiera sido declarado culpable por un jurado de Estados Unidos con las pruebas que el estado de Massachusetts ha reunido en contra de nosotros.
 
Ahora Vanzetti se detiene y mira largamente al juez a los ojos antes de proseguir. Ésta es la parte en que el sueño se convierte en una pesadilla, aun cuando en el momento en que ocurrió el juez siguió frío e imperturbable mientras Vanzetti lo acusaba.
 
––Hemos probado que no podía haber habido en toda la faz de la tierra un juez más prejuicioso ni más cruel que lo que usted ha sido con nosotros. Hemos probado eso. Y nos siguen negando un nuevo juicio. Nosotros sabemos, y también lo sabe usted en el fondo de su corazón, que usted ha estado en contra de nosotros desde el primer momento, aun antes de habernos visto la cara. Antes de vernos, usted ya sabía que éramos izquierdistas y que debíamos perecer. Nosotros sabemos que usted se descubrió, y descubrió su hostilidad contra nosotros y su desprecio hablando con amigos suyos en el tren, en el club universitario de Boston, y en el golf club de Worcester, Massachusetts. Estoy seguro que si la gente supiera todo lo que usted dijo en contra de nosotros, si usted tuviera el coraje de declararlo públicamente, entonces quizá su señoría, y yo siento tener que decir esto, porque usted es un hombre anciano, y yo tengo un padre anciano, pero quizá usted, señoría, tendría que estar ocupando nuestro lugar como acusado en este juicio.
 
Nosotros fuimos juzgados durante un periodo que ya ha pasado a la historia. Quiero decir con eso, un periodo en que había una ola de histeria y resentimiento y odio contra la gente de nuestras ideas e ideales, contra el extranjero, y me parece, o más bien estoy seguro, que tanto usted como el fiscal han hecho todo lo que pudieron para agitar la pasión de los miembros del jurado, los prejuicios de los miembros del jurado, en contra de nosotros. Los miembros del jurado nos odiaban porque nosotros estábamos contra la guerra, y ellos no saben distinguir entre un hombre que está contra la guerra, porque cree que no es una guerra justa, porque no odia a ningún pueblo de la tierra; y un hombre que está contra la guerra porque está a favor del otro país que lucha contra el país en el cual él está, y entonces es un espía. Nosotros no somos hombres de ésos. El señor fiscal sabe perfectamente que nosotros estábamos contra la guerra porque no creíamos en los propósitos por los cuales, según ellos, se estaba haciendo la guerra. Creemos que fue una guerra injusta y creemos eso hoy más que hace diez años, porque cada día la vamos comprendiendo mejor, las consecuencias y el resultado de esa guerra. Creemos hoy más que nunca que esa guerra fue un trágico engaño y yo voy a subir con alegría al cadalso si puedo decir a la humanidad: ¡Cuidado!; los llevan a una nueva hecatombe. ¿Para qué? Todo lo que les dicen, todo lo que les han prometido, todas son mentiras, trampas, engaños. Fue un crimen. Les prometieron libertad. ¿Dónde está la libertad? Les prometieron prosperidad. ¿Dónde está la prosperidad? Les han prometido, elevación y significación moral. ¿Dónde están?
 
Desde el día en que ingresé a la cárcel de Charlestown, la población de la cárcel de Charlestown se ha duplicado. ¿Dónde está la nueva moral que la guerra ha traído al mundo? ¿Dónde está el progreso espiritual que hemos alcanzado a través de la guerra? ¿Dónde está la seguridad de nuestra vida, la seguridad de poseer el mínimo de cosas que necesitamos? ¿Dónde está el respeto por la vida humana? ¿Dónde está el respeto y la admiración por las características nobles y sanas del alma humana? Nunca antes de la guerra hubo tantos crímenes como ahora, tanta corrupción, tanta degeneración como la que hoy reina.
 
Hace una pausa ahora el hombre que habla –el hombre que habla en el sueño del juez–, el hombre que habla e increpa, y el juez se da vuelta y se retuerce y gime en su sueño. Pero debe seguir escuchando; una y otra vez.
 
––Se ha dicho –prosigue Vanzetti, y su voz es ahora la de un juez y no la de un reo– que la defensa ha puesto toda clase de obstáculos en la marcha de este proceso para demorarlo todo lo posible. Yo creo que esto es injurioso, porque es inexacto. Si se piensa que la acusación del estado de Massachusetts ha empleado todo un año en acusarnos. Esto es, que uno de los cinco años que ha durado el caso fue utilizado por la acusación para comenzar nuestro Juicio, nuestro primer juicio. Después los abogados de la defensa apelaron y usted esperó. Yo creo que en el fondo de su corazón usted ya había resuelto, cuando terminó el juicio, denegar todas las apelaciones que se interpusieran. Usted esperó un mes, no, un mes y medio, y comunicó su decisión en víspera de la Navidad, exactamente en Nochebuena. Nosotros no creemos en la fábula de la Nochebuena, ni desde un punto de vista histórico, ni religioso. Usted sabe que muchos de nuestros seres queridos creen en eso y no porque no creamos, significa que no seamos humanos. Nosotros somos humanos y la Navidad es una fecha grata al corazón de todos los hombres. Yo creo que usted ha hecho eso, comunicar su decisión en la víspera de Navidad, para envenenar el corazón de nuestros familiares y demás seres queridos.
 
Bueno, ya he dicho que no sólo no soy culpable de estos dos crímenes sino que nunca he cometido un crimen en mi vida; nunca he robado, ni matado, ni derramado sangre, y en cambio he luchado contra el crimen. He luchado y me he sacrificado para borrar de la tierra incluso aquellos crímenes que la ley y la iglesia legitiman y santifican.
 
Ahora, en el sueño del juez, la voz de Vanzetti se alza, fiera, implacable, y marcando al durmiente como un hierro al rojo:
 
––Quiero decir esto: que no le deseo a un perro ni a una serpiente, al ser más bajo y despreciable de la tierra, no le deseo lo que yo he tenido que sufrir por crímenes de los que no soy culpable. Pero mi convicción más profunda es de que yo he sufrido por otros crímenes, de los que sí soy culpable. Yo he sufrido y sufro porque soy un militante izquierdista, y es cierto, lo soy. Porque soy italiano, y es cierto, lo soy. He sufrido más por lo que creo que por lo que soy; pero estoy tan convencido de estar en lo cierto, que si ustedes pudieran matarme dos veces, y yo pudiera renacer otras dos volvería a vivir como lo he hecho hasta ahora.
 
 
Ya he hablado mucho de mí y ni siquiera he nombrado a Sacco. Sacco también es un obrero, un buen obrero enamorado de sus obras,  con un buen puesto y un buen sueldo, una cuenta en el banco y una mujercita buena, dos niños y una casita en el linde del bosque, junto al arroyo. Tiene el corazón y la fe que hacen a un hombre amante de la naturaleza y de los hombres, un hombre que dio todo, que sacrifica todo, por la libertad de sus hermanos-hombres; dinero, descanso, ambiciones, su esposa, sus niños, él mismo, su vida, en fin.
 
Sacco nunca pensó en robar, ni asesinar. Ni él ni yo llevamos jamás un bocado a nuestros labios que no naciera en el sudor de nuestras frentes. Jamás... Si no hubiera sido por esto yo habría vivido mi vida hablando en las esquinas a hombres descreídos. Habría muerto solo, ignorado, un fracasado. Esta es nuestra carrera y nuestro triunfo. Nunca hubiéramos podido en nuestras vidas hacer esta obra por la tolerancia, la justicia, la comprensión entre los hombres como la que ahora cumplimos por azar. ¡Nuestras palabras, nuestras vidas, nuestro dolor, nada! ¡Nuestra vida, la vida de un buen zapatero y un pobre pescadero todo! Nuestra es la última hora, la agonía es nuestro triunfo.
 
Oh, si, yo sé charlar mejor que él, pero muchas, muchas veces al oír su poderosa voz resonando en una fe sublime, al pensar en su supremo sacrificio, al recordar su heroísmo, me sentí pequeño. Pequeño ante la presencia de la grandeza, y me sentí obligado a luchar con las lágrimas que se agolpaban a mis ojos y a calmar mi corazón y a endurecer mi garganta para no llorar delante de él, de este hombre a quien llaman ladrón y asesino, de este hombre condenado. Pero el nombre de Sacco ha de vivir en los corazones de la gente y en su gratitud cuando el señor fiscal y sus huesos sean polvo dispersado por el tiempo. Cuando vuestro nombre y el suyo, vuestras leyes, instituciones y vuestro falso dios sean sólo un vago recuerdo de un tiempo maldito en que el hombre era el lobo del hombre...”
 
Con estas palabras terminó de hablar Bartolomé Vanzetti. El impacto de su última frase es como un martillo golpeando en el centro de la sala silenciosa. Ahora Vanzetti procede a mirar fijamente al juez, y sus ojos son una inmensa y aterradora parte de la actual pesadilla que turba el sueño del juez.
 
––He terminado –dice Vanzetti–. Muchas gracias.
 
El juez hace sonar bruscamente la campanilla, pero no hay ningún desorden en la sala, ningún murmullo que acallar. Suelta la campanilla y ve que su mano tiembla violentamente. Se rehace y dice con forzada firmeza:
 
––Bajo la ley del estado de Massachusetts el jurado decide si el acusado es culpable o inocente. El tribunal no tiene nada que hacer a ese respecto. La ley de Massachusetts establece que el juez no debe ocuparse de los hechos. De acuerdo con nuestra ley debe limitarse a señalar las pruebas. Durante el curso del proceso fueron interpuestos numerosos recursos, que fueron llevados hasta la suprema corte de justicia de este estado. Esa corte, después de estudiar todos y cada uno de los recursos interpuestos, dijo en su resolución. El veredicto del jurado sigue en pie; todas las objeciones son desestimadas. Siendo así, sólo hay una cosa que este tribunal puede hacer. No es un problema de libre arbitrio. Es un requerimiento legal, y siendo así, sólo le incumbe un deber a este tribunal, el de dictar sentencia.
 
Primero, el tribunal dicta sentencia contra Nicolás Sacco. Es resuelto y ordenado por este tribunal que usted, Nicolás Sacco, sufra la pena de muerte por el paso de una corriente eléctrica a través de su cuerpo dentro de la semana que comienza el domingo 10 de julio del año de Nuestro Señor mil novecientos veintisiete. Ésta es la sentencia de la ley. 
 
Es resuelto y ordenado por este tribunal que usted Bartolomé Vanzetti...
 
Vanzetti se pone de pie de un salto y grita:
 
––Un momentito, por favor, su señoría. ¿Puedo hablar un minuto con mi abogado?
 
––Creo que debo dictar sentencia –prosigue el juez–. Bartolomé Vanzetti, sufra la pena de muerte...
 
Esta vez lo interrumpió Sacco con un fiero grito.
 
––¡Usted sabe que soy inocente! ¡Son las mismas palabras que pronuncié hace siete años! ¡Usted está condenando a dos inocentes!
 
Pero el juez ya ha recobrado su compostura y prosigue serenamente:
 
––... por el paso de una corriente eléctrica a través de su cuerpo dentro de la semana que comienza el domingo 10 de julio del año de Nuestro Señor mil novecientos veintisiete. Ésta es la sentencia de la ley.
 
Y a continuación el juez agrega:
 
––Ahora vamos a pasar a cuarto intermedio.
 
Y hoy, al caer la tarde del 22 de agosto, el día finalmente fijado para la ejecución después de varias postergaciones, se despertó de su ligero sueño, con esas palabras resonando en sus oídos:
 
Vamos a pasar a cuarto intermedio.
 
Se despertó y comprendió que alguien lo estaba llamando para la cena. Se dio cuenta que no estaba muy perturbado. Súbitamente se le despertó un voraz apetito y pensó con placer y alivio, que el día ya estaba acercándose a su fin. Y una vez que hubiera terminado, todo este asunto quedaría definitivamente resuelto y pronto sería olvidado. Al menos quiso consolarse con esta idea. 


Celestino Madeiros también fue asesinado en el mismo día que Sacco y Vanzetti. Declaró que él había participado en el atraco que miserablemente se les imputaba a los anarquistas; aun así, los cuervos judiciales continuaron con su pantomima, ya que  no se les mataba por lo que hicieron (sólo cosas buenas en beneficio de otros) se les asesinó vilmente por lo que eran, por lo que pensaban y divulgaban, por el ejemplo de humanidad que transmitían, todo lo contrario de lo que defendían los cuervos de bajos vuelos que segaron sus vidas sin ningún remordimiento de conciencia. Madeiros, a pesar de cargar sobre sus hombros con dos cadáveres asesinados en un robo en el que él participó, tampoco merecía ser frito con 3000W. Los Estados que se arrogan el derecho de la vida y la muerte, nunca podrán hablar por boca de la Diosa Justicia, sólo pueden hacerlo por los hocicos del odio, la venganza y la imposición de los  asesinos impunes.
 

 

1 comentario:

Loam dijo...

http://www.navioanarquico.org/index.php/sangre/represion