Mujeres Libres. España 1936-1939. Mary Nash (editora)



El propósito de esta pequeña antología es dar a conocer, a través de sus propios textos, una organización femenina española, de orientación anarquista, llamada Mujeres Libres, cuyo período de actuación va de abril de 1936 a febrero de 1939. La investigación histórica sobre el período de la Segunda República y la Guerra Civil no ha prestado atención a esta organización. Uno de los motivos es, posiblemente, el que no contara con personalidades destacadas, ya que la Historia suele escribirse tomando como punto de referencia la actuación de las figuras más conocidas de cada período. Sin embargo, son las masas anónimas las que hacen la Historia, y es en este sentido en el que la actuación de Mujeres Libres presenta interés. En efecto, contó con un número apreciable de afiliadas, 20.000, la mayor parte obreras, con núcleos en gran parte del territorio leal a la República.

Pero su interés histórico radica, sobre todo, en el hecho de que Mujeres Libres planteó, por primera vez en España, la problemática de la mujer desde una perspectiva de clase: es decir, la liberación femenina desde la perspectiva de la emancipación de la clase obrera, que podemos denominar feminismo proletario por contraposición a los movimientos feministas de carácter burgués, que, por otra parte, han sido estudiados con cierta extensión.


Mujeres Libres nació de un grupo de mujeres que, en abril de 1936, comenzaron a preparar la publicación de una revista, que llevaba el mismo nombre de la organización, dedicada a «cultura y documentación social» con el fin de interesar a las mujeres en temas sociales y atraerlas a las ideas libertarias. Parece haberse concebido, no solo a raíz de los debates en la prensa anarquista y anarcosindicalista sobre el tema de la mujer, sino también de la creciente conciencia entre las mujeres anarquistas de la necesidad de tener una organización específicamente femenina.

Las fundadoras de la organización Mujeres Libres eran tres: Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch y Gascón. Lucía Sánchez Saornil fue tal vez el miembro más prolífico de Mujeres Libres. Colaboradora en revistas teóricas anarquistas, como «La Revista Blanca» y «Tiempos Nuevos», y en la prensa anarcosindicalista, concretamente en «Umbral», «Solidaridad Obrera», «El Libertario» y «CNT» de Madrid, desempeñó el cargo de Secretaria Nacional de Mujeres Libres y, en mayo de 1938, pasó, además, a ocupar el cargo de Secretaria del Consejo General de Solidaridad Internacional Antifascista. Mercedes Comaposada fue también colaboradora en la prensa anarcosindicalista, en «Ruta» y «Tierra y Libertad», y ocupó el puesto de redactora de la revista «Mujeres Libres». Amparo Poch y Gascón colaboró en «La Revista Blanca», «Tiempos Nuevos» y «Tierra y Libertad». Doctora en medicina, se interesó especialmente por la puericultura. Desempeñó el cargo de directora del Casal de la Dona Treballadora en Barcelona desde diciembre 1937.


El núcleo inicial de mujeres anarquistas que fundaron la revista «Mujeres Libres» a finales de abril 1936 se fue ampliando hasta incorporar a otras mujeres interesadas en mejorar la educación social y profesional de las jóvenes que acudían a las clases de la Federación Local de Sindicatos en Madrid. De ellas surgió la primera agrupación de la organización Mujeres Libres. En septiembre de 1936, el «Grupo Cultural Femenino», núcleo de mujeres libertarias de Barcelona, se unió a la agrupación de Madrid, constituyéndose así la segunda agrupación de la organización. Durante los dos años siguientes, la organización fue extendiéndose por la zona republicana del país. La región con más agrupaciones de Mujeres Libres fue Cataluña, donde, con excepción de las agrupaciones de las barriadas de la ciudad de Barcelona, se alcanzó el número de 40 agrupaciones en diversos pueblos y ciudades de la región. En Madrid, existían agrupaciones en 13 barriadas de la ciudad y, en la región del centro, unas 15 agrupaciones, principalmente en Guadalajara. También proliferaron en la región de Levante, donde se crearon unas 28 agrupaciones. En Aragón, se han citado 14 agrupaciones que formaban la Federación Provincial de Mujeres Libres, sin embargo, solo se han podido localizar en 5 pueblos de esta región. El total de las agrupaciones de Mujeres Libres parece haber sido de 147, que reunían a unas 20.000 afiliadas, en su mayoría de clase obrera.

Mujeres Libres se había concebido y formado antes de los acontecimientos de julio 1936. Había ya publicado tres números de su revista. Por lo tanto, no fue una organización más de las surgidas a raíz de la guerra, aunque las peculiares circunstancias bélicas determinaron de una manera considerable la posterior trayectoria de la organización. El primer Congreso Nacional de Mujeres Libres tuvo lugar en Valencia durante los días 20 y siguientes de agosto de 1937. El objetivo inicial de Mujeres Libres fue la emancipación de la mujer y su captación para el movimiento libertario. La organización consideró siempre como su finalidad primordial la liberación de la mujer y en especial de la mujer obrera, de la triple esclavitud que recaía sobre ella: esclavitud de la ignorancia, esclavitud como productora y esclavitud como mujer.


La doble lucha de la mujer

El hombre revolucionario que hoy lucha por su libertad, solo, combate contra el mundo exterior. Contra un mundo que se opone a sus anhelos de libertad, igualdad y justicia social. La mujer revolucionaria, en cambio, ha de luchar en dos terrenos; primero por su libertad exterior, en cuya lucha tiene al hombre de aliado por los mismos ideales, por idéntica causa; pero, además, la mujer ha de luchar por la propia libertad interior, de la que el hombre disfruta ya desde hace siglos. Y en esta lucha la mujer está sola.

En los comienzos del movimiento obrero, se decía muchas veces: «Al enemigo lo tenemos en nuestro propio campo». Había pues, que vencer a este enemigo antes de pensar en otras conquistas. Del mismo modo, la mujer que quiera emanciparse en la igualdad de derechos, ha de emprender primero la lucha en su propio campo. Y en esta lucha, además de encontrarse sola, además de contar únicamente con ella misma, le dificulta la lucha el enemigo que reside en su propio campo; un enemigo al que nunca ha reconocido conscientemente como tal, al que está ligada íntimamente y por instinto desde su propia infancia.

Primero la familia. No es fácil deshacer las fuertes ligaduras que, por educación y por tradición, existen entre la mujer y la familia. Es duro hacer sufrir a unos padres queridos que no aciertan a transigir con los anhelos libertarios de la hija, que no quieren ayudarla en su lucha, que niegan a la muchacha adolescente el esclarecimiento de la cuestión sexual, que la quieren inducir a la espera pasiva y virginal del hombre que le ofrezca el matrimonio y que le asegure una existencia en la que la mujer, llena de ignorancia y de prejuicios, no suele encontrar la felicidad, sino una vida desolada y triste. Todo esto conducía casi siempre a burlar en secreto las normas maternales, a la insinceridad, al engaño cobarde. En estas circunstancias, la libertad interior era imposible. Y en semejante ambiente se fundaba una nueva familia que por falta de sinceridad —e incluso en el caso de una buena inteligencia sexual entre los dos esposos— coloca a la mujer en una nueva situación embarazosa, determinada por la represión de la personalidad en la mujer.

Así, lo subconsciente en la mujer ha de ver por fuerza en todos estos seres queridos —padres, marido e hijos— a enemigos de su libertad. Y la mujer tiene que combatir a estos enemigos modificando su actitud frente a ellos, luchar contra los prejuicios y las tradiciones, y ya interiormente libre y en condiciones distintas, unirse realmente a sus compañeros de otro sexo para luchar juntos contra el enemigo exterior, contra la servidumbre y la opresión. Es difícil para la mujer determinar exactamente sus ligaduras interiores. Una vez conocidas, ha de ser inexorable consigo misma; ha de renunciar, en primer término, a la cómoda costumbre. Sola ha de llegar a este convencimiento y sola tiene que luchar; nadie sino el amor a la libertad la puede ayudar en esto. El hombre —ni siquiera el compañero anarquista— no la puede ayudar en esto; más bien lo contrario, porque también en él hay tanta vanidad escondida, que, sin que se dé cuenta y con apariencia de amor y amistad mal entendidos, trabaja muchas veces contra la liberación de la mujer.

Ante tantos obstáculos, es inexplicable la decepción y la tendencia a abandonar la lucha. Pero sed fuertes y aguantad, mujeres de la Revolución. Cuando hayáis conseguido perteneceros a vosotras mismas; cuando vuestras decisiones en la vida cotidiana obedezcan solo a vuestra propia convicción y no a costumbres atávicas; cuando vuestra vida afectiva esté libre de toda consideración sentimental y tradicional; cuando podáis ofrecer vuestro amor, vuestra amistad o vuestra simpatía como expresión genuina de vosotras mismas, entonces os será fácil vencer los obstáculos exteriores. Automáticamente pasaréis a ser personas con libre albedrío e igualdad de derechos sociales, mujeres libres en una sociedad libre que vais a construir junto con el hombre, como sus verdaderas compañeras. La Revolución ha de comenzar desde abajo. Y desde adentro. Dejad que entre el aire en la vida familiar, vieja y angosta. Educad a los niños en libertad y alegría. La vida será mil veces más hermosa cuando la mujer sea realmente una «mujer libre».

Ilse «Mujeres Libres», VIII mes de la Revolución.



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